La vida cotidiana nos da la posibilidad, casi de forma continua, de entrar en relación con nuestros límites, de reconocerlos y poder usarlos a nuestro favor.

El espacio en el que nos movemos habitualmente no suele ser muy grande ni muy rico de posibilidades y respuestas. Lo que de allí surge, casi siempre se cocina con los mismos pocos ingredientes. Es más bien un territorio bastante árido y poco productivo. A esta dimensión se la llama actualmente zona de confort. Un espacio dentro del cual nada cambia ni nada nuevo sucede; allí simplemente el tiempo pasa, y el que en él habita cree estar seguro, fuera de peligro; sin siquiera sospechar que el mayor peligro reside justamente en estar ahí dentro, inmóvil.

Inmediatamente después de sacar un pie fuera de este pequeño espacio, comienza a dibujarse la zona de la posibilidad. Posibilidad de ampliar mis márgenes y limitaciones y crecer, expandir el pequeño espacio y ampliarlo siempre más. La negación de lo nuevo, el rechazo a lo desconocido o el sentimiento de “amenaza” (y la correspondiente fricción que esto provoca), suelen ser las señales que indican que el contacto con el límite se está produciendo.

Aquí es donde comienza el juego de relación con los límites, el que puede llevarme de la zona de confort  a la zona de la posibilidad, y desde allí, a la toma de conciencia de la imperiosa necesidad que todos tenemos: mejorarnos para participar de la vida. Entender que vivir es cambiar y que la felicidad se construye mediante acciones concretas, no sucede por casualidad.

El desafío consiste en encontrar la justa medida en la relación con el límite. Si ni me acerco a ellos, permaneceré donde ya sabemos lo que pasa, si me empujo demasiado fuera de ellos, corro el riesgo de dañarme y no querer volver a intentarlo.

Materialmente, una persona puede obtener grandes beneficios sin haberse esforzado demasiado. Socialmente, alguien puede llegar a ocupar una posición alta por mera casualidad. Interiormente, donde residen felicidad y plenitud, nada puede obtenerse sin esfuerzo, nada puede comprarse, nada puede serte regalado. La casualidad, en esta dimensión, sencillamente no existe.